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Mostrando las entradas de agosto, 2011
Despierto de pronto en la madrugada. Los ojos muy abiertos en la oscuridad. Comienzo a pensar en la muerte, ansiedad, miedo. La fragilidad de los cuerpos. La oscuridad eterna. El rumor de las balas alrededor de nosotros. Cierro los ojos. Quedo en esa posición un tiempo indefinido, no infinito, pero incontable. Taquicardia. En algún momento me duermo, imposible saberlo. La tercera vez en dos meses. Como si algo volviera para cazarme. En la mañana abrazo tu cuerpo, piedra de toque para una alhaja empañada. Vuelvo al mundo y su cauce. Pero aun tengo miedo.
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Mirada casi rota, ausente, los bigotes como espuma contra el viento. Se que por las noches, cuando juegas con jóvenes demonios a cazar ratones y espantar mi sueño a veces te maldigo y pronuncio tu nombre con la sonoridad de una piedra contra el agua, reclamo que en la misma sombra expira. Pero en la mañana eres nube, certeza, sol mudo que me observa y parece se pregunta: ¿Está vivo el hombre?, ¿es feliz el hombre?, ¿ha comido el hombre su porción diaria de pan, su prometido sustento? Es cuando el mundo se rehace de la masa triste y negra que configuró del sueño. Me levanto, como tú bien esperabas, te cambio el agua y te alimento.